Ficha My Blueberry Nights

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Críticas de My Blueberry Nights (1)


Mad Warrior

  • 13 Apr 2023

4



Largos caminos por los que perderse sin rumbo fijo, las noches bañadas en luces brillantes, unas llaves del pasado dentro de una jarra en un bar cualquiera del Soho, cartas desde miles de millas, de Memphis a Nevada, de Las Vegas a Manhattan, los amantes se deleitan de soledades y desilusiones...

Es mi reencuentro, tras muchos años, con el sr. Kar-Wai Wong, y lo hago en terreno extraño, curioso gesto desde una perspectiva que no sea la hongkonesa. Y es que este pequeño exilio se da tras el fracaso comercial nacional y la aceptación internacional de la perfeccionista pieza ¨2.046¨, un proyecto comenzado como cortometraje con equipo nativo que de repente se expandió para terminar siendo rodado a lo largo y ancho de EE.UU., primera y última experiencia del director en inglés (al menos en formato largometraje). Su mayor problema es que, del mismo modo que Kitano seis años antes, se marcha con todo su mundo a cuestas a otra tierra, sin entenderla del todo.
La visión norteamericana de Wong procede de la música, el cine y la pintura, por lo tanto idealizada, simbólica y relacionada con las sensaciones, no las realidades. Cuando empezamos la peripecia de ¨My Blueberry Nights¨ en el café Klyuch parece que seguimos habitando en la misma ubicación de aquella lejana parada en Chungking Mansions, por tanto muchos lazos unen las dos historias. El joven Jude Law de afable barman, la célebre cantante de preciosa voz (pero nulas habilidades interpretativas) Norah Jones: Jeremy y Lizzie; las llaves del hogar como elemento vital y conector, a la curiosidad, a la intimidad, al secreto y a la confesión...

Los agradables minutos que pasamos en este local, que se estiran en conversaciones, miradas y roces, aderezados con el sabor de la tarta de arándanos (que Wong y Jones odian en lo personal), y que hace preguntarnos si durarán eternamente, siempre remiten a un universo muy peculiar, el de la burbuja del propio cineasta, lejos del mundo real, el mismo que enclaustra ¨Fallen Angels¨ y ¨Chungking¨. Y tener a Jones en lugar de a Faye Wong (ambas artistas musicales probándose como actrices) lo acerca mucho más. Entonces se produce una ruptura con esta lógica continuista, al menos en parte.
En lugar de conservar un único escenario y cruzar a diversos personajes por él, la cámara sigue por diversos escenarios a una única persona, hecha protagonista. Lizzie, tras su ruptura, huye de la algo violenta y amarga New York; los trenes que van y vienen subrayan ese cambio, ese movimiento perpetuo. El chino prosigue su tributo a EE.UU., a Tennessee Williams, a Hopper, a Ry Cooder, a Otis Redding, todo es muy musical, intenso y sobre todo sentimental; se engancha con otro drama, aroma descorazonador de un matrimonio roto donde David Strathairn y Rachel Weisz, tras su embarazo, llevan la voz cantante, mientras en la distancia la unión con Jeremy se mantiene viva por carta.

Strathairn, de policía, aquí repitiendo el papel de Tony Leung y Takeshi Kaneshiro, porque Wong tiene afición por el oficio, ocupa una de las mejores historias no sólo de esta película sino de su carrera; la mirada, la acción de Jones es realmente distante y lo que mueve esa rueda de emociones es el hundimiento mísero de Arnie mientras observa la existencia anodina de su otrora esposa. El querer olvidar y no poder, la obstinación a rechazar el pasado cuando es lo único que nos aferra al presente, la culpa, terminado en un final apocalíptico; ahora es a Sue a quien deberíamos seguir en su viaje de muerte y tal vez resurrección...
Pero no. En una desacertadísima decisión (el director es propenso a tomarlas pues trabaja sin el guión acabado), volvemos a seguir los pasos de Lizzie, y ahora en Nevada. El color es intenso, salta a nuestras retinas, sin poseer el anterior brillo melancólico y urbano y con el cual el recién llegado Darius Khondji se acercaba a las formas hipnóticas de Chris Doyle. Esta intensidad emana en especial del fuerte carácter de una Natalie Portman teñida de rubio (sí, nos recuerda a...) llamada Leslie, quebrando su vida en timbas de póker sin ninguna suerte.

La desconexión es total con la atmósfera que transmitía el escenario neoyorkino y los suburbios de Memphis, y el efecto que produce la última incorporación al plantel no es el adecuado. Antes la presencia de Lizzie cobraba importancia en las vidas de aquellos a quienes se cruzaba (Jeremy habría tirado la tarta de arándanos y Arnie no habría llegado a encontrar un pedazo de humanidad de no ser por ella), pero hora es Leslie quien la conduce, la hace participar en su historia, ¿remedo de ¨Thelma y Louise¨?, ¿una ¨road movie¨ que pareciera filmada por Sofia Coppola?
Sin embargo una que jamás tendría que haberse filmado (Las Vegas, con su potente luminosidad, no es más atractiva que los rincones oscuros de Memphis) ya que Wong es incapaz de capturar la auténtica esencia del paisaje americano al contrario de como sí hiciera décadas antes Wenders en su ¨París, Texas¨. El chino se desliza por la vacía sustancia y el envoltorio preciosista en la reiteración de su propio universo; a todas luces podríamos cambiar a los personajes y obtener otra ¨Chungking¨, ¨Fallen Angels¨ o ¨Días Salvajes¨. El gran error de ¨Blueberry¨, igual que en sus predecesoras, es no elegir bien al personaje que seguir.

Faye Wong no era la adecuada para continuar la trama, sino aquella azafata amante del personaje de Tony Leung; y así Portman y su historia de problemas familiares, ludopatía e hipocresía recalcitrante no suscita interés y rompe el ritmo. Siempre quedará en incógnita el destino de Sue y el papel que pudiera haber obtenido Cat Power en todo esto. El beso es una bocanada de aire necesaria que insufla el oxígeno agotado.
No es de extrañar las pocas críticas favorables y el bajísimo rendimiento en la taquilla (americana); una experiencia agridulce para el director que le llevaría de rebote a retomar un aún más ansiado proyecto, dedicándole muchos años y que tardaría en ver la luz...



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